Pero la casta es el otro

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Javier Milei asumió el poder prometiendo arrasar con la casta. Lo dijo gritando, con la vena del cuello inflamada, motosierra en mano y un león pixelado rugiendo detrás. Era la imagen perfecta para el votante cansado: el outsider enfrentando al sistema, el economista furioso dispuesto a demoler el Estado y sus vicios. 

La casta, según él, era todo lo que estaba mal: los políticos profesionales, los acomodados del Estado, los medios ensobrados, los economistas cómplices, los jueces con doble vara, los periodistas operadores, los planeros, los beneficiarios del nepotismo y los ñoquis. 

En resumen, el Mal con mayúscula. Llegó dispuesto a incendiar todo eso con una motosierra, un par de citas de Hayek y una buena dosis de adrenalina libertaria. Spoiler: terminó jugando al bingo con las fichas marcadas de sus enemigos.

El cartón de Bingo de la Casta ya tiene casi todas las casillas tachadas. ¿Manipulación mediática? Check. ¿Uso del aparato estatal para hacer campaña? Check. ¿Pauta selectiva? Check. ¿Militancia rentada? Por supuesto, sólo que ahora son influencers libertarios en vez de punteros con choripán. ¿Manipular el dólar? ¡Han cantado línea, señores! Hasta las valijas del extranjero volvieron a escena, aunque ahora llegan en inglés técnico y con códigos QR.

Cada casilla cuenta una historia de continuidad. A la lista se suma una escena ya vista, pero con distintos matices: antes, el olor a harina y guiso; ahora, el brillo de un nuevo iPhone. El clientelismo, reinventado para el siglo XXI. El kirchnerismo repartía bolsones de comida antes de votar; el actual gobierno libera la importación de celulares de alta gama dos semanas antes de las legislativas. Distintos objetos, mismo objetivo: calmar el malestar de sus respectivas bases justo a tiempo para pasar por las urnas. En un país que cambia de promesa como de proveedor, el populismo se disfraza de eficiencia.

Ni la programación de Paka Paka se salvó. Lo que ayer era corrupción moral hoy es “estrategia política”. Lo que antes era demagogia ahora es 'guerra cultural?' ”
Y lo del campo, un clásico argentino digno de repetición. Antes de las elecciones, el gobierno eliminó las retenciones para que los exportadores liquiden dólares y el tipo de cambio no se dispare. 

Lo mismo que antes Milei denunciaba como populismo de manual, sólo que ahora con perfume a soja premium. La medida benefició a los grandes traders y a las cerealeras, no a los pequeños productores que siguen remando entre impuestos y costos. Como diría un viejo refrán rural, el león rugió fuerte, pero al final se comió la misma alfalfa que todos.

La jugada más reciente merece el centro del cartón: las ya populares candidaturas testimoniales. El presidente había jurado que sus representantes no serían como los de la vieja política, esos que se presentaban a elecciones sabiendo que jamás asumirían, como Scioli en 2009. 

Pero la historia se repite con ironía: tras negarlo una y otra vez, dos de sus principales soldados, Manuel Adorni y Diego Santilli, fueron elegidos para legislar en distintos ámbitos y, antes de siquiera calentar sus bancas, ya estaban alistándose para jurar en el Ejecutivo. Un acting de campaña para traccionar votos, y después, a otra cosa. Por si fuera poco, con un tuit de Santiago Caputo confirmaba, que, fiel al estilo de la casta, el espacio en el gabinete se gana con militancia política, no con idoneidad. 

“Los argentinos comienzan a ver que el gobierno se transformó en casta”

La metamorfosis libertaria se completa con gestos que parecen copiados del manual que tanto despreciaban: conferencias a medida, medios públicos intervenidos, trolls a sueldo y una épica de la persecución que justifica cada desvío. 

Ni la programación de Paka Paka se salvó. Lo que ayer era corrupción moral hoy es “estrategia política”. Lo que antes era demagogia ahora es “guerra cultural”. Y así, entre excusas y trending topics, la revolución prometida se convierte en la restauración más prolija de la vieja maquinaria política.

El grito de “¡Bingo!” resuena desde la Casa Rosada. El presidente insiste en que hay que “acabar con el populismo” mientras completa el cartón con gesto triunfal. Afuera, los suyos lo celebran convencidos de estar escribiendo una nueva historia. Pero la tinta es la misma. 

El antiperonismo, fiel a su reflejo, aplaude sin notar que repite los rituales que solía detestar. Cambiaron los nombres, los símbolos y el color de fondo, pero el juego sigue siendo el mismo: sólo cambió la estética. Ya no se marca el bingo con porotos, sino con sellitos de colores. Y ha quedado claro que lo que define a la casta no es lo que hacen, sino en qué boleta están. Porque al final de cuentas se ve que la casta —siempre— es el otro.

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