Argentina, ¿un país sin medios públicos?

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 Por LUCÍA CHOLAKIAN HERRERA
 
 En su primer discurso de inauguración de sesiones ordinarias en el Congreso, el flamante presidente de Argentina, Javier Milei, dijo que cerraría la Agencia Pública de Noticias Télam. El anuncio, que fue realizado un viernes a la noche, paralizó a la comunidad de medios nacional. ¿Qué significaba eso? ¿Es posible cerrar una agencia pública con 700 trabajadores y presencia de corresponsalías a lo largo de todo el país? 

En las primeras horas del lunes posterior al discurso de Milei, los trabajadores de la agencia recibieron un mensaje que los dispensaba de sus tareas por una semana. Es decir, que no fueran a trabajar. Entre ese momento a principios de marzo y hoy, la dispensa se prorrogó una vez cada siete días. La agencia nunca volvió a sus tareas.         

Télam, que cumple este año 79 años, está en la intersección de dos de los enemigos públicos más importantes del presidente: el periodismo y el Estado. Milei ganó las elecciones a fines del año pasado prometiendo recortes sin precedentes en la estructura pública nacional, y los está llevando a cabo. Solo en las últimas semanas se concretaron 15.000 despidos a lo largo de todo el sector público, y se estima que esa cifra crecerá hasta 50.000 en los próximos meses. Se recortaron planes sociales, subsidios, se cerraron programas y dependencias estatales, y se desfinanciaron organismos. En el ámbito de los medios públicos, al cierre de Télam lo siguió el desfinanciamiento de la Televisión Pública y Radio Nacional, ambas con alcance en todo el país. 

De esta manera, los medios públicos quedaron en una parálisis virtual: la televisión se sostiene con archivos del pasado, Télam ya no tiene sitio web (aunque sus trabajadores lanzaron su propio sitio, Somos Télam) y la Radio Nacional funciona con 500 empleados menos desde comienzo de año. 

Los argumentos del presidente redundan en que estos medios estuvieron ligados a la agenda de los gobiernos de turno, lo cual es, en parte, cierto. Sin embargo, estos medios garantizaban el acceso a la información en lugares remotos donde ningún medio privado invertiría. Hoy, sin certezas sobre su futuro, aumentan las preocupaciones sobre uno de los ejes que constituyen la democracia contemporánea en Argentina desde el fin de la dictadura cívico-militar, en 1983.

Cada mañana al comenzar su turno de trabajo en The Buenos Aires Herald, Martina Jaureguy, reportera de política, entraba al servicio de cables informativos de Télam. Era su primera tarea. “El servicio de Telam era federal, lo cual nos permitía tener noticias de todo el país, no solamente de la ciudad y la provincia de Buenos Aires”, dice. Jaureguy y su equipo contaban con Télam como puntapié para componer las noticias que sucedían en lugares donde su diario no tiene corresponsalía, confiando en que se trataba de información chequeada y de primera mano. 

Pero no era el federalismo el único rasgo valioso de la información publicada por Télam. También lo eran sus temas. “Télam publicaba información sobre cultura argentina, y la gente necesita saber qué está pasando en ese área de su país”, dice Jaureguy. “Esto afecta mucho a los lectores, porque Télam ofrecía contenidos que otros medios no publican. Uno puede decir, ¿a quién le importa?, pero hay mucha gente a la que le importa”.

El gobierno de Milei centra gran parte de su comunicación oficial en las cuentas personales de redes sociales de sus funcionarios más prominentes. El presidente y otros oficiales de gobierno, como la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, se han referido a Twitter (ahora “X”) como un medio de comunicación. “Hoy las noticias se dan por Twitter”, dijo Bullrich en diciembre. “Es mucho más importante que tener una agencia [estatal]”. En ese sentido, también han desestimado el valor del trabajo periodístico, sobre todo en lo relativo a la pluralidad de voces y el chequeo de la información. 

“Los medios públicos tienen una misión distinta de la de los medios privados”, dice Claudio Martínez, exdirector ejecutivo de la Televisión Pública de Argentina. “Un medio público tiene la obligación de dialogar con ciudadanos y ciudadanas. ¿Esto quiere decir que tiene que ser aburrido, denso? No, para nada. Tiene que hablar desde una perspectiva pública. ¿Esto quiere decir que solo haya entrevistas con funcionarios? No, las políticas públicas trascienden a los funcionarios: se habla de vacunación, turismo, cultura”. Con el cierre o desfinanciamiento de los medios públicos, dice Martínez, la ciudadanía argentina pierde esa información. 

Jaureguy se encuentra ahora, sin Télam, en un problema cotidiano: no abundan las fuentes confiables con información chequeada. “Ahora, si un medio [privado] publica que el gobierno va a tomar una decisión, ya no contamos con Télam para confirmar si esto es así”. Esto produce un incremento en la circulación de rumores y fake news presentadas como noticias, lo cual contribuye a los ya altos problemas de desinformación en la Argentina. 

Audiencias y transparencia
Natalí Schejtman, autora del libro Pantalla partida sobre la historia de la Televisión Pública argentina y periodista especializada en medios, dice que parte de la debilidad de la esfera pública de medios en el país tiene oriente en la falta de confianza que provoca en las audiencias la histórica alineación editorial con el gobierno de turno. “Las audiencias en Argentina no confían en los medios públicos por sobre otros medios, y no es su fuente principal y más confiable de información, aunque los medios públicos en Argentina no son solo un servicio informativo sino también fuertemente cultural”. Ante la amenaza de la desaparición de esos medios, dice Schejtman, no hay por ahora una ciudadanía comprometida con detener el proceso.  

La pérdida de audiencia en la Televisión Pública no era un elemento que escapara a la agenda de quienes llevaban adelante el canal durante el gobierno anterior, admite Martínez. “Pero no es el objetivo de un medio público generar rating”, aclara, sino un elemento más a la hora de tomar decisiones. 

“Los medios tradicionales viven una crisis porque las audiencias buscan contenidos online”, dice. “Es una crisis de las programaciones, pero no así de los contenidos”.

Mientras el futuro de la Televisión Pública, Radio Nacional y Télam pende de decisiones administrativas que aún son poco claras, Schetjman señala que un riesgo asoma: el de los desiertos informativos. “Argentina es un país muy grande y difícil de abarcar”. Radio Nacional, ejemplifica, tiene repetidoras en todo el país y es lo único que se puede escuchar en muchos territorios.

En su opinión, esta instancia requiere de reflexiones que excedan la inmediatez de la gestión de los medios públicos. “El ecosistema de medios nacional ya no es tal cosa: es global, transnacional, por lo que en este contexto la pregunta por los medios públicos se transforma”, dice. En plataformas como Netflix, la lógica es de opacidad: no se sabe nada de rating, ni de cómo se toman las decisiones. Una posible revalorización de medios públicos como los argentinos, entonces, significaría “una revolución de la transparencia”, opina Schetjman.

En paralelo a estas conversaciones, los periodistas de medios privados intentan readaptar sus tareas día a día sin una agencia de noticias con información verificada y ágil. Jaureguy, del Buenos Aires Herald, no tiene mucha esperanza de que surjan soluciones inmediatas. “Una empresa privada jamás va a dar un servicio como el de Télam, que existía porque había un Estado que apostaba a que la gente pudiera acceder a información federal”.

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